lunes, 10 de agosto de 2009


Que siempre arruino el momento cuando alguien me dice algo lindo porque hago un chiste, o no le creo y la otra persona se termina por enojar. Que me miré las manos con las uñas recién pintadas de rojo y las tenía amarillas, como las de mi madrina en el cajón y que me acuerdo de sus manos y no de su cara. Que estaba fría, helada, al igual que mi abuela, que yo le cubría la mano en un vano intento porque no se le congelara.
Que me acuerdo de cuando me dijiste que el flequillo me quedaba feo y me lo quise sacar, pero no sabía cómo. Y vos me diste la tijera para que me lo cortara bien cortito, que no se notara. Y me quedó como un cepillito, horrible y que no me crecía más.
Me acordé de la pobre esperanza que gemía porque no se sabía atar el zapato. Sentadita en el cordón de la vereda y mis manos ya estaban demasiado grandes para ayudarla.
Que todavía tenía bronca por haber perdido el cuaderno rojo, y que me sentía una hormiga perdida en un cuerpo tan grande.
Te conté todo eso, y te dije que no era por Juan. Y me creíste.

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