miércoles, 30 de junio de 2010

El puente

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.


Franz Kafka

miércoles, 23 de junio de 2010

Salí de donde estaba toda la gente porque no podía controlar la cantidad inmensa de agua que escapaba de mi cuerpo. Me senté en un rincón y pareció parar, al menos yo había parado. A la orilla de mis piernas descansaba un bicho, lo vi, lo dejé porque no me hacía nada, porque pensando tanto en mi y en el agua y en si me parezco a quién y si me quiero parecer y esto y aquello, la abeja ya era parte inmóvil del paisaje. Yo escuchaba a Lucas que me decía cosas que me hacían sentir menos peor, que achicaban esa sensación horrible de te decepcioné ah si, vos sos humano y yo también, si fueras mi amigo me darías la mano yo cada vez entiendo menos. La cosa es que ahí estaba acompañada sintiéndome menos peor y menos empapada y a lo lejos estaba, contra la pared de enfrente una abeja o una avispa del tamaño de mi brazo, hermosa que entendía y hablaba y que era imposible que fuera de este mundo pero en ese momento y después de tanta agua era lo más natural.
La abeja-avispa-hermosa-del tamaño de mi brazo-que entendía y hablaba miró hacia mis piernas y gritó. Pensé que se había asustado y no me costaba moverme para aplastar esa cosa minúscula que apenas se movía. Pero inmediatamente el grito se convirtió en la fuerza del agua que me salía segundos antes, y la mujeravispa empezó a sacudirse, estremecerse de dolor.
Aplasté a la abeja bicho porque tras el grito quería terminar con el miedo de la abeja humanizada. Qué error más grande. Cómo despertarse después de saber que siempre es peor un alarido de dolor.


Nota: Ahora que lo pienso se parece a cuando en primer grado agarré el cuaderno araña de Guille para sacarle la "plasticola que tenía pegada" y mi filantropía devino en una nota a mis papás comunicando que teníamos que llevar un cuaderno nuevo para el compañerito porque su hija se lo había roto. Guille es el día de hoy que no me creés. Fue de buena, en serio.

domingo, 20 de junio de 2010

martes, 15 de junio de 2010

happy new year

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
J.C

martes, 8 de junio de 2010

La casa

Mudarse es agitar las cosas, soplar el polvo. No tuve tiempo para pensar desde que llegué, no sé si acaso de sentir. Tampoco sé si se requiere de tiempo o de pensamiento para que sea posible significar los sentimientos. No es una discusión que me quiera dar ahora, tal vez también por falta de tiempo, o a lo mejor por falta de interés.
La cuestión es que cuando uno se muda tiene la posibilidad, si quiere, de observar la movilidad de las cosas. Qué es posible de ser movido y qué no. O peor aún, algo más temido, ver qué es lo que se lleva inevitablemente. Cuáles son las cosas que parecieran estar fuera de nuestro cuerpo pero que al fin y al cabo sobreviven inalterables a cualquier movilización. Yo todavía no sé de esas cosas. Sólo sé que últimamente la excusa del tiempo me viene bien.