miércoles, 23 de junio de 2010

Salí de donde estaba toda la gente porque no podía controlar la cantidad inmensa de agua que escapaba de mi cuerpo. Me senté en un rincón y pareció parar, al menos yo había parado. A la orilla de mis piernas descansaba un bicho, lo vi, lo dejé porque no me hacía nada, porque pensando tanto en mi y en el agua y en si me parezco a quién y si me quiero parecer y esto y aquello, la abeja ya era parte inmóvil del paisaje. Yo escuchaba a Lucas que me decía cosas que me hacían sentir menos peor, que achicaban esa sensación horrible de te decepcioné ah si, vos sos humano y yo también, si fueras mi amigo me darías la mano yo cada vez entiendo menos. La cosa es que ahí estaba acompañada sintiéndome menos peor y menos empapada y a lo lejos estaba, contra la pared de enfrente una abeja o una avispa del tamaño de mi brazo, hermosa que entendía y hablaba y que era imposible que fuera de este mundo pero en ese momento y después de tanta agua era lo más natural.
La abeja-avispa-hermosa-del tamaño de mi brazo-que entendía y hablaba miró hacia mis piernas y gritó. Pensé que se había asustado y no me costaba moverme para aplastar esa cosa minúscula que apenas se movía. Pero inmediatamente el grito se convirtió en la fuerza del agua que me salía segundos antes, y la mujeravispa empezó a sacudirse, estremecerse de dolor.
Aplasté a la abeja bicho porque tras el grito quería terminar con el miedo de la abeja humanizada. Qué error más grande. Cómo despertarse después de saber que siempre es peor un alarido de dolor.


Nota: Ahora que lo pienso se parece a cuando en primer grado agarré el cuaderno araña de Guille para sacarle la "plasticola que tenía pegada" y mi filantropía devino en una nota a mis papás comunicando que teníamos que llevar un cuaderno nuevo para el compañerito porque su hija se lo había roto. Guille es el día de hoy que no me creés. Fue de buena, en serio.

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