miércoles, 30 de noviembre de 2011

sus muertes imaginarias

La semana anterior me habìa dicho quiero tener una cita con vos y lo cierto es que era efectivo cuando alguien pronunciaba su deseo en vez de preguntar por el deseo del otro. Es terrible lo sé, pero si me hubiese preguntado si quería ir a algún lugar le tendría que haber contestado con la verdad, no. Otro no, arrojado con  mis manos hacia el universo.
A la semana siguiente tocó puntual el timbre de casa. Tenía un vestido de flores, corto que hacía que se le viera la bombacha cuando se bajaba o subía de la bici. Empezó  a pedalear y me dijo que íbamos al cementerio, cuando llegamos a Chacarita frenó para comprar unas flores.
- Sino tenés plata te comparto las mías, pero no sé si vas a querer elegir el mismo muerto que yo. Ahora vamos, elegimos uno, le dejamos las flores y lo podemos llorar.
Compre un ramo de fresias como el de ella porque nunca le había comprado flores a nadie y menos que menos en un cementerio y sobre todo porque la idea me resultaba un tanto ridícula y supuse que copiándome me sentiría menos idiota.
Caminamos como por quince minutos entre las tumbas hasta que se detuvo frente a una, se sentó, dejó las flores a la orilla de la lápida, comenzó a acariciar el mármol como si en el se ocultara la tersura de la piel y  empezó a llorar en silencio, lágrima tras lágrima yo dejaba de existir mientras ella lloraba cada vez más profundo. Yo no podría llorar, de hecho me encontraba muy feliz, creía que me estaba enamorando.





No hay comentarios: