lunes, 27 de julio de 2009

Estaba en el aire esa certeza de que tanta poesía junta iba a lastimar a alguien. Tanto vaivén, camino, bicicleta, luz, vueltas... tenían que llevar a algún lugar. Y en esta vida triángulo equilátero, una vez en la cima, no sé si supe, pero era inevitable bajar.Y así, como para no discutir la geometría de la vida, di un salto que más bien fue caída en uno de los pozos finitos del camino.
Callé, por dentro y por fuera, no sólo a mi. Rogué que el suelo del pozo que me sostenía no se rompiera y me hiciese caer infinitamente por toda la eternidad, que son conceptos tan grandes que mi boca aunque gigante no se atreve a pronunciarlos. Siempre irreversible va con un signo menos al lado, con nube gris, con pecera, con jaula, nudos, excesos, demasías. Prisiones.Y como dije, callé. Algo o alguien me cercenó las manos. Castigo clásico de mis raíces árabes para penarme por el robo.
Me pregunté cómo hacía este mundo para estar tan colmado de símbolos y cuán pocos y pobres veces nos deteníamos a comprender. La naturaleza, el movimiento, la inestabilidad, la metamorfosis de algo tan no-vivo como una piedra. Las estaciones, los ciclos, la muerte, el renacimiento, la vida. Las contradicciones, las simetrías.Los árboles que crecen hacia abajo y hacia arriba. Cuánto más cerca están del cielo, más fuerte es su dependencia a la tierra. Y así en silencio vine hasta el río, a traer estas semillas de manos en mi boca gigante. A ver si con el agua, el movimiento y el ruido de los pájaros florecían. El sol está intermitente, pero para estas manos a veces noctámbulas y otras de luz en el jardín, estos vaivenes de cielo parece que no hacen más que despertarlas. Y crecen, están floreciendo.

1 comentario:

Juan-D dijo...

Esta todo muy rico por acá. Beso